Literatura

domingo, 11 de marzo de 2012

Enriqueta Martí “Ven bonita, ven, que tengo dulces para tí”



Enriqueta Martí “la vampira de Barcelona” sembró de horror la Barcelona de 1912. Secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas. 


Enriqueta Martí secuestradora, prostituta, alcahueta, falsificadora, corruptora de menores, pederasta, bruja y asesina son algunas de las actividades que ejerció durante su vida esa mujer a la que el pueblo de Barcelona bautizó como “la vampira de Barcelona”.


la tarde del 10 de febrero en la calle de San Vicente. Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita, se había detenido a la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y le soltó la mano a la pequeña en la creencia de que subiría sola hasta el piso. Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin Teresita, preguntó extrañado: “¿Y la nena?”. La buena mujer lanzó un grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, no había rastro de la niña.Lo que había ocurrido era que Teresita, en lugar de subir a su casa, se alejó un poco, curioseando, y de repente sintió que una mano cogía la suya y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: “Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti”. La pequeña, ilusionada, se dejó llevar un trecho, pero, al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su madre, soltó su manita y trató de regresar. Demasiado tarde. La desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la niña, la agarró en brazos para ahogar sus sollozos y protestas, y se perdió con su presa en las sombras de la noche.




La vida de Enriqueta Martí estuvo siempre muy relacionada con la prostitución. A pesar de que no tenía problemas económicos, solía mendigar y acudía, vestida como una pordiosera y acompañada casi siempre de un niño o una niña, a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos pidiendo limosna y comida.


Las declaraciones de las dos niñas, fundamentalmente la de Angelita, vinieron a demostrar que Enriqueta Martí era mucho más que una alcahueta secuestradora y corruptora de niños. Teresita contó al juez que aquella mujer, nada más llegar al piso, le dijo: “¿Verdad que sientes picor en la cabeza? Anda, hija mía, déjate cortar el pelito y te pondrás buena”. La niña se dejó hacer mientras la mujer le decía que a partir de ahora se iba a llamar Felicidad y que ya no tenía padres y que ella era su madre y que tenía que llamarla “mamá” cuando salieran a la calle. Pero nunca salió a la calle ni le estaba permitido asomarse al balcón o a las ventanas. Le daba mal de comer –patatas y pan duro–; no le pegaba, pero solía darle fuertes pellizcos.

Su única distracción era jugar con Angelita, porque ella no llegó nunca a ver a Pepito en la casa. A veces se quedaban las dos solas y era cuando tenían más miedo y todos los ruidos las asustaban. Pero un día Angelita le dijo: “Vamos a ver qué tiene mamá en los sitios donde no nos deja entrar”. Y entrelazando sus manitas penetraron casi a oscuras en las habitaciones prohibidas. Teresita tropezó con algo que resultó ser un saco. Lo abrieron y, al descubrir su contenido, lanzaron un grito de horror: había un cuchillo grande y unas ropas de niño manchadas de sangre.






La declaración de Angelita fue aún más sobrecogedora. Ella sí conoció a Pepito, un niño rubio de su misma edad con el que solía jugar hasta que un día… “Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida”.

Pero lo más tremendo todavía estaba por llegar. Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años, y la macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, rellenos, unos, de sangre coagulada; otros, de grasas, y el resto, con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis.



recorte de prensa
Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.
Ante las abrumadoras pruebas, Enriqueta acabó reconociendo que era curandera y que vendía filtros y ungüentos. “Confecciono remedios utilizando determinadas partes del cuerpo humano”. Y, de forma repentina, vociferó: “¡Que registren el piso! ¡Que piquen bien las paredes y encontrarán algo! Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables”.

Diez fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta. No cabe duda de que la Martí utilizaba a los niños que secuestraba en una explotación doble: como objetos de placer para sus degenerados clientes y como materia prima para elaborar sus potingues. A nadie escapaba que tras los aberrantes crímenes de Enriqueta Martí tenía que haber personas con suficientes recursos económicos para satisfacer sus pervertidas necesidades. Y es en ese punto donde aparece la famosa lista de nombres hallada en el tugurio de la calle de Poniente, una lista de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía, una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras personalidades

Meses después se supo que Enriqueta Martí había fallecido en el patio de la cárcel, 
Y la pregunta hoy, transcurrido un siglo, sigue siendo la misma: ¿la asesinaron para que no diera los nombres de aquellos que hicieron que el infierno se hiciera realidad en el barrio del Raval?


“Estamos ante una de las criminales más tremendas y crueles de las que se tienen noticia. Movida por un fanatismo vesánico, ha ido matando niños durante diez años para sacarles las grasas y fabricar ungüentos".






DOCUMENTAL



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