Literatura

sábado, 26 de mayo de 2012

Graham Young "El Envenenador de St. Albans"




Graham Young "El Envenenador de St. Albans" (editando) Siempre fue un chico solitario, y aunque se llevaba bien con su madrastra y su hermana, no mantenía buenas relaciones con su padre. La familia empezó a preocuparse cuando a los nueve años comenzó a demostrar un vivo interés por la química. se gastaba todo su dinero en venenos y en ratas para experimentar con ellas, y le dijo al farmacéutico, Geoffrey Reis, que tenía diecisiete años, la edad mínima legal para poder adquirirlos. En abril de 1961 compró veinticinco gramos de antimonio, cantidad suficiente para matar a varias personas. “Me pareció un experto en el tema, y por eso creí que tenía más años”, declaró el farmacéutico a la policía. Más tarde, Graham acudió a un laboratorio a comprar los venenos, y firmaba en el registro con un nombre falso: “M. E. Evans”.

Comenzó a llevar un frasco de antimonio al colegio. “Así se sentía más seguro”, comentó a la policía Clive Creager, un compañero de clase. “Era peligroso. Era malo y yo le tenía miedo”. El secreto deseo de poder que sentía le llevó a leer libros de magia negra y a experimentar con la pólvora que recogía de los fuegos artificiales. Un día, su madrastra encontró en una chaqueta un muñeco de cera con alfileres clavados, símbolo del deseo de que algo malo le ocurriera a la persona representada en la figura. Su familia y sus compañeros recordarían años después sus siniestros dibujos. “Me dibujaba colgado de la horca sobre un barril de ácido”, contó Creager, “y él aparecía quemando la cuerda”. Le gustaba dibujar a gente colgando de la horca y con una jeringuilla en el brazo en la que se leía “veneno”.

A principios de 1961 ya era un experto en venenos: conocía todos los síntomas y los efectos que éstos provocaban. Llevaba botellas de ponzoña al colegio y sacaba de la biblioteca libros sobre crímenes que leía y releía en su casa con avidez. “Graham estaba totalmente obsesionado”, dijo Creager. “En el colegio no llevaba una vida normal; no se interesaba por nada”. Graham idealizaba a los asesinos. Apoyaba la persecución Nazi de los judíos y reproducía los discursos del Führer ante su hermana y sus compañeros de clase.


Esvástica fabricada
por Graham Young 


La enfermedad de Chris Williams, un chico de trece años, sorprendió a todos. Se quejaba de calambres en el pecho y en las piernas, y de fuertes dolores de cabeza. El dolor se hacía insoportable, luego disminuía y volvía a aparecer al cabo de pocos días. El médico de la familia, Lancelot Wills, examinó a Chris varias veces durante 1961, pero no encontró nada que pudiera explicar ese dolor. Finalmente, el doctor Wills mandó al adolescente al hospital Willesden, en el norte de Londres, donde un joven médico le diagnosticó migraña, es decir, fuertes dolores de cabeza que pueden provocar náuseas. Pero Chris continuaba con vómitos y calambres, y su madre llegó a pensar que tal vez su hijo estuviera fingiendo. Lo que le preocupaba a la señora Williams era que no hubiera ningún diagnóstico que pudiera explicar los ataques que sufría su hijo

Estos duraron un año y le daban a veces entre semana y otras veces los fines de semana. Incluso tuvo un ataque agudo después de haber ido, un sábado de primavera, al zoo de Londres con un amigo del colegio. Lo que la madre no sabía era que esos mismos síntomas habían aparecido en casa del mejor amigo de Chris: Graham Young, a quien ella consideraba sólo un chico de trece años, torpe y reservado, con una manera de hablar extraña y demasiado formal para su edad. En una ocasión retó a Chris Williams después de que éste se hiciera amigo de otro chico. Perdió la pelea y amenazó con matarle. Cuando su padre o su madrastra le quitaban los venenos y las ratas muertas, dibujaba lápidas en las que escribía “mamá” y “papá”. Para él, lo que ellos hacían era una traición. En un momento dado, su desarrollo sexual se vio frustrado. No es una coincidencia que la afición por los venenos empezara en la pubertad, justo en un momento en el que no sabía cómo enfrentarse a esta nueva experiencia.

Una mañana de noviembre de 1961, Molly hizo té. Winifred lo probó y le supo, agrio, pero se lo bebió y se fue a trabajar. Al poco rato se desmayó en la calle y la gente que se hallaba en la estación de metro de Tottenham Court Road la ayudó a incorporarse. Un compañero suyo de trabajo la llevó al hospital Middlesex, en Goodge Street. Después de someterla a varias pruebas, un médico descubrió, con gran asombro, que la paciente había ingerido belladona, un veneno mortífero que se extrae de la planta del mismo nombre. Winifred ya había oído bastante. “No me sorprendería nada que fuera cosa de mi hermano y sus experimentos”, le dijo a su padre. Fred registró toda la casa mientras Graham lloraba en su cuarto. Sin embargo, no encontró rastro de ningún veneno, y la jovencita, avergonzada de acusar a su hermano sin tener pruebas, se disculpó.


En las siguientes semanas Molly empeoró. Parecía haber envejecido, y un fuerte dolor de espalda la hacía estar encorvada. A principios de año empezó a perder peso y un amigo suyo dijo que “parecía que se estaba consumiendo poco a poco”. El 21 de abril de 1962, sábado de Pascua, se levantó aún peor. Además de los dolores habituales, tenía el cuello rígido y erupciones en las manos y en los pies. Su marido regresó a casa a la hora de comer y encontró a Graham en la cocina, mirando atentamente por la ventana. Fred siguió su mirada y en el jardín vio a su mujer que en ese mismo momento sufría una convulsión y se retorcía de dolor.

En el hospital Willesden los doctores no tuvieron el tiempo suficiente para encontrar la causa de la enfermedad y Molly Young murió aquella misma tarde. La familia se hundió en un profundo pesar, pero aun así, Graham insistió en que no había que enterrar a la muerta sino incinerarla y siguió hablando, con su formalidad acostumbrada, sobre las últimas técnicas existentes. Por fin su padre, profundamente apenado, cedió y la ceremonia tuvo lugar en el cementerio de Green Golles el jueves siguiente, 26 de abril. En la recepción que se celebró en casa de los Young, uno de los tíos del chico comenzó a vomitar después de comer un sándwich.

Cuadro




































Al poco tiempo, Fred Young les dijo a sus hijos que había terminado de pagar la hipoteca de la casa y que ésta pasaría a ser suya cuando él muriera. Días después volvió a tener dolores de cabeza y de estómago. Una vez más, los médicos del hospital Willesden no encontraron ninguna causa orgánica que pudiera explicar su enfermedad y decidieron dejarle en observación. Graham iba a ver a su padre todos los días; le observaba fríamente y luego describía los síntomas que tendría al día siguiente. Sus predicciones siempre eran correctas y el padre comenzó a evitar sus visitas. “No vuelvas a traer a Graham”, le dijo a Winnie.

Fred volvió a casa, pero en seguida tuvo que ser internado otra vez. Por fin, los especialistas dieron con la causa del problema y se quedaron perplejos al descubrirla: el paciente sufría envenenamiento con antimonio o con otra sustancia metálica poco común. Una dosis más le hubiera matado. Pero Graham Young aparentaba ser un buen chico. Iba impecablemente vestido, no le gustaban los chistes verdes y hablaba como un adulto más que como un joven adolescente. Después de envenenar a su madrastra, Molly, se mostró muy afectuoso con ella durante toda la enfermedad. Pero en el fondo era un asesino calculador que podía observar impasible cómo su víctima se retorcía de dolor. Sin embargo, no era el dolor lo que le fascinaba, sino los síntomas que el veneno producía. Para él estos dolores eran un código privado del poder que ejercía sobre las demás personas.

El detective inspector Edward Crabbe, del Departamento de Investigación Criminal de Harlesden, fue a visitar al día siguiente, 21 de mayo, la casa de Young, mientras éste estaba en el colegio. En su habitación encontró veneno suficiente para matar a trescientas personas. También tenía libros como Manual de venenos, Los sesenta juicios más famosos y El envenenador del muelle; todos ellos versaban sobre envenenadores célebres. Cuando el adolescente llegó a casa, el inspector Crabbe le pidió que se quitara la chaqueta. En los bolsillos encontró un frasco con antimonio y dos botellas. Young mintió y dijo que no sabía lo que contenían estas últimas. Era talio.


El 6 de julio de 1962, en el Tribunal Superior de Justicia, Young confesó haber envenenado a su padre, a su hermana y a Chris Williams, su amigo del colegio; no mencionó en ese momento a su madrastra. El juez Melford Stevenson ordenó que fuera internado durante quince años en Broadmoor, un hospital psiquiátrico para criminales; sólo podría salir en libertad con la autorización del Ministerio del Interior.


Graham detenido

En Broadmoor, Graham Young ocupaba una pequeña habitación en uno de los bloques del enorme edificio victoriano que albergaba a 750 internos del área de Berkshire. La ventana de la habitación tenía barrotes y la cama estaba clavada al suelo, en el que sólo había una alfombra. Young tenía por entonces catorce años. Se levantaba todas las mañanas a las 07:00 horas y las luces se apagaban a las 20:00 horas. Durante esas horas los internos confeccionaban alfombras, leían o jugaban al billar. Graham fue uno de los internos más jóvenes enviado a Broadmoor durante el siglo XX. Su fama se había extendido por toda la cárcel-hospital, y su familia iba a visitarle para que no se sintiera solo. Fred Young iba a verle, tratando de reprimir el odio y la repulsión que le inspiraba, pero después de unas cuantas visitas en las que padre e hijo permanecían en silencio, no volvió jamás. Su hijo no sólo había envenenado a su esposa Molly, sino que además le había causado a él una enfermedad crónica del hígado. Pero Winnifred y su tía Winnie lo visitaban regularmente.

Young cubrió la pared de su habitación con fotografías de los líderes de guerra nazis. Se dejó crecer un bigote como el de Hitler y recitaba los discursos de su héroe. En las latas de té y de azúcar dibujaba calaveras y en las etiquetas escribía nombres de venenos. Graham tenía acceso a la biblioteca y escogía libros de medicina, con los que amplió sus conocimientos sobre los venenos y la medicina general. 

De vez en cuando bajaba al campo de deportes, pero nunca jugaba a nada; aunque utilizaba el taller para fabricar esvásticas. Llevaba una colocada en una cadena al cuello y a veces la besaba con devoción, como si fuera una cruz, para desconcertar a la gente. Uno de los psiquiatras opinaba que “no sentía rencor hacia sus familiares o hacia el amigo que había envenenado, y que incluso pensaba que sí les quería. Parece que simplemente eran las personas que tenía más a mano para sus propósitos”. Su hermana, Winifred, confirmó esta teoría al escribir: “Para él, asesinar era como experimentar con ratas. Fue prisionero de su propia soledad. La pérdida de su madre poco después de su nacimiento, la relación distante con su padre y la separación de su tía después de que ésta le hubiera criado, lo dejaron sin ningún punto de apoyo en la vida, y buscaba una firme lealtad en los demás”

Broadmoor, hospital psiquiátrico para criminales


El juicio en su contra comenzó el 19 de junio de 1972 en St. Albans y duró 10 días, Young se declaró inocente y explicó que su diario íntimo era una total fantasía que él había creado pensando en crear una novela en futuro. Sin embargo, ante tanta evidencia contra él, Young fue encontrado culpable y sentenciado a cadena perpetua. Tiempo después, se le adjudicó el apodo de El Envenenador de la taza de Té Mientras estaba en prisión, Young entabló amistad con el otro famoso asesino en serie Ian Brady donde compartieron su fascinación por la Alemania Nazi. En el libro publicado por Brady en 2001 The Gates of Janus Brady escribiría "Es difícil no tener empatía por Graham Young". También, Graham es mencionado en otro libro, en la autobiografía Pretty Boy de Roy Shaw (otro asesino), quien hablaría de la amistad que entabló con Young.
En 1990, Young murió en su celda de la prisión de Parkhurst cuando tenía 42 años. Oficialmente, se determinó que Young había muerto por un infarto agudo de miocardio aunque algunos conjeturan que otros presos fueron los responsables de su muerte.

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