Literatura

martes, 1 de mayo de 2012

Mark Essex: la masacre del Howard Johnson





Nueva Orleans 1973, Louisiana (Estados Unidos): Mark Essex, un ex marine negro con una vida idílica, se radicaliza después de sufrir varios ataques racistas por parte de sus compañeros. Tras entrenarse en tácticas de guerrilla con el grupo de los “Panteras Negras”, efectúa un ataque solitario en el hotel Howard-Johnson: asesina a varios huéspedes, provoca un incendio e inicia una refriega que se extiende durante varias horas. Enfrentado a tiros contra la policía y el ejército, Essex se atrinchera y rechaza todos los ataques en su contra, incluyendo 48 batidas que se hacen con helicópteros y gases lacrimógenos. 600 hombres de 27 agencias gubernamentales lo combaten, pero él resiste, rechazando a policías, marines, agentes del FBI y perros entrenados. Tras incendiar una manzana completa, es acribillado por la policía.




RESUMEN DE LA GUERRA


Essex comenzó entonces su escalada. Su primer homicidio tuvo lugar la Nochebuena de 1972. Escondido al otro lado de la calle de la Comisaría de Policía de Nueva Orleans, abrió fuego con su carabina semiautomática Magnum .44 Ruger. Los cuatro primeros disparos, efectuados en rápida sucesión, pasaron rozando la cabeza del cadete de policía Weatherford y arrancaron trozos de cemento de la pared. Tras una pausa brevísima, que el cadete Weatherford aprovechó para cubrirse, el cadete Alfred Harrell, uno de los pocos negros jóvenes que había en la policía de Nueva Orleans, entró en su campo visual. Essex lanzó una salva de disparos al joven de diecinueve años. El tercer disparo le dio en el pecho, atravesándole el tórax y produciendo graves heridas en el corazón. La bala de la Magnum .44, tras atravesar el cuerpo de Harrell, alcanzó todavía en el tobillo al teniente Horace Pérez, el cual perdió el conocimiento. Al ver lo que ocurría, un detective llamó a una ambulancia y a toda la policía disponible para que acudiera al Calabozo. A los pocos segundos, la calle estaba llena de agentes con escopetas y revólveres rodeando la zona de la que provenían los disparos. Pero todo era inútil: el atacante había desaparecido.

Un rato después, los agentes de policía Edwin Hosli y Harold Blappert inspeccionaban las oficinas de una empresa donde acababa de saltar una alarma, a unas manzanas del Calabozo. Con linternas, y sin saber sobre el reciente tiroteo, hacían su trabajo de rutina. Mark Essex se había escondido dentro del edificio y al verlos abrió fuego. Su primer disparo alcanzó a Hosli en el abdomen, le desgarró un riñón, le perforó un pulmón y los intestinos, derramando materia fecal por la cavidad corporal. Hosli moriría en un hospital dos meses después, tras una extensa agonía. Un segundo disparo hizo añicos el parabrisas de la patrulla, y un tercero rebotó en el capó y entró en el coche por el parabrisas roto, mientras un cuarto alcanzaba el edificio detrás de los agentes.

A los pocos minutos, más de treinta policías rodeaban el edificio: varios de ellos descargaron sus armas de munición pesada contra la puerta, destrozándola; a continuación hicieron entrar a un perro. La inspección posterior revelaría que el atacante había entrado en la fábrica de cáñamo descerrajando la puerta de un tiro. Unas manchas de sangre en el cristal de la ventana por la que Essex había salido indicaban que había sido herido, y varias huellas dactilares ensangrentadas en el alféizar sugerían que había tratado de limpiar la sangre. Entre las cosas que dejó tras él había una bolsa de cuero marrón con una lechuza negra pintada en un lado y cincuenta balas calibre .38 en su interior.

Aunque Essex pasó una semana sin matar, no estuvo inactivo. La tarde del 1 de enero de 1973, provocó dos incendios en unos almacenes, en pleno corazón de la ciudad; los incendios tardaron cinco días en ser sofocados, y doscientos bomberos acudieron a apagar las llamas. Durante esos días, Essex volvió periódicamente a la iglesia: la víspera del 3 de enero, la policía recibió la información de que un hombre estaba escondido en ella. Cuando la registró, según recordaría un agente, “la prueba de que nuestro hombre había estado allí resultaba increíble. Oculto en el baño de mujeres, encontramos un talego lleno de cartuchos calibre .38. También encontramos manchas de sangre en varias puertas y en el alféizar de las ventanas”.

Essex disparaba cada vez que se ponía a tiro un policía o un bombero. La situación no tardó en volverse caótica, aunque aún no era nada en comparación con lo que vendría después. Las detonaciones de la escopeta de Essex mezcladas con los disparos esporádicos de la policía, los gritos de los clientes del hotel Howard Johnson atrapados en sus habitaciones y el humo que subía de los pisos en llamas contribuían a crear un escenario de descontrol. El caos aumentó cuando la policía empezó a disparar a diestra y siniestra, apuntando a las plantas superiores, sin respetar las normas elementales sobre control de incendios.

Por su parte, Essex seguía prefiriendo los blancos uniformados, hasta el punto de dejar ileso a un detective de paisano que se le puso a tiro. A las once de la mañana, cien policías tenían el hotel acordonado. El número fue creciendo hasta superar los seiscientos hombres, venidos de los Estados de Louisiana, Texas y Mississipi, así como del FBI, del Ministerio de Hacienda y otras instituciones federales; había agentes de veintisiete organismos dedicados a la aplicación de la ley en los ámbitos estatal, local y federal: cientos de hombres contra un solo francotirador.


Francotiradores en las azoteas vecinas

Essex seguía su ascenso a las plantas superiores, disparando y prendiendo fuego a todas las habitaciones que podía. Los bomberos, que estaban tratando de controlar los incendios, se veían cada vez más expuestos a los disparos incontrolados de la policía. El descontrol de policías y bomberos aumentó gravemente el peligro para el creciente número de turistas que se estaban concentrando alrededor del Howard Johnson para presenciar el suceso.

Essex seguía subiendo de un piso a otro sin dejar de disparar y de provocar nuevos incendios: le prendía fuego a los directorios telefónicos de cada suite y los ponía debajo de una cortina o un colchón, mientras los policías, nerviosos y completamente descoordinados, apenas conseguían no dispararse entre ellos.




Cuando el oficial Larry Arthur, del escuadrón táctico, derribó la puerta que daba acceso a la azotea, Essex le disparó en el abdomen gritando: “¡Viva África libre! ¡Vengan acá, cerdos!”. En lo que restaba del asedio, estuvo entrando y saliendo de los cubículos de cemento que protegían las entradas a la azotea: saltaba para disparar desde diferentes ángulos y acto seguido se refugiaba de la avalancha de disparos imprecisos y descoordinados de la policía.



Oficiales heridos



































En una pausa se le oyó gritar: “¡Feliz Año Nuevo, cerdos! ¡Ya he matado a muchos hijos de puta! ¡Suban, que voy a matar a otros más!”. Hacia media tarde, la policía lanzó una docena de bombas lacrimógenas. El gas se posó en la azotea y se dispersó sin el menor efecto. Burlándose, Essex les gritó: “¡Aún estoy aquí, cerdos!”. Entre tanto, los funcionarios comenzaban a sentir pánico. Temían que el ataque de Essex no fuera la acción aislada de un solo individuo.

Prácticamente, toda una manzana de la ciudad estaba destruida y en llamas. Los autos en la calle estaban destrozados a tiros y algunos ardían, y los bomberos no podían acercarse demasiado por temor a los disparos. Adentro y afuera había cadáveres, gente herida, charcos de sangre. Los daños finales ascenderían a más de un millón de dólares. Se le pidió ayuda al Ejército. Los civiles apostados en las calles comenzaron entonces a disparar. Los agentes de la policía y el FBI luchaban para contener lo que amenazaba con convertirse en una revuelta.


personas atrapadas por el fuego, preferían lanzarse al vacío o trataban
 de usar las escaleras  de emergencia, que se colapsaban por el daño
 causado al hotel por los disparos.

Un helicóptero de la policía se acercó al hotel. Essex le disparó hasta que lo obligó a alejarse. Poco después, un helicóptero blindado del Ejército, un CH-46 de la Reserva Aérea de la Marina Estadounidense, con dos marines a bordo, tiradores de élite armados con M-14 calibre .308 y tres policías armados con AR-15 calibre .223, sobrevolaron el lugar protegidos por la lluvia y la niebla.







A partir de entonces, el helicóptero haría un total de cuarenta y ocho batidas sobre el hotel en medio del fuego incontrolado de la policía y de los civiles armados; Essex los rechazó a tiros todas las ocasiones, obligando a los marines a retirarse. En una de sus aproximaciones, la policía del helicóptero abrió fuego equivocadamente contra un hueco de la escalera en el que se escondían varios oficiales de policía. El testimonio de uno de ellos es clarificador: “Los disparos cayeron sobre nosotros. Acribillaron con ametralladoras la puerta, el hueco, todo. Salieron volando grandes trozos de escayola y de cemento de las paredes y nosotros caímos dando tumbos por las escaleras”.

Entre tanto, Essex seguía dirigiendo sus disparos y sus insultos a la policía. “¡Vengan aquí arriba, policías blancos de mierda! ¿O tienen miedo de luchar como lucha un hombre negro?” Por su parte, la policía contestaba con el mismo estilo: “¡Que te den por el culo! ¡Que te den por el culo!” Por momentos, aquello era casi ridículo.

Poco antes de las nueve de la noche, el helicóptero comenzó a lanzar luces de bengala arriba del edificio y se lanzó sobre Essex por enésima ocasión. Este salió de un cubículo y abrió fuego contra la aeronave pero, al volver corriendo a protegerse, recibió un disparo. El piloto del helicóptero afirmó después: "Creo que el tipo creyó que todo había terminado. Le estaban tirando de todo, pero él siguió corriendo sin dejar de disparar”. Fue alcanzado por el fuego automático del helicóptero y por los fusiles de gran potencia (en especial, los “Elefante” calibre .375 y .458) de los cientos de policías apostados en los tejados adyacentes.

Uno de los artilleros del helicóptero, que no dejaba de accionar el dispositivo de disparo automático, dijo que Essex “salió, corriendo hacia el helicóptero, disparando mientras se acercaba. Nos miraba de frente, con el fusil a la cintura y disparando. Dio dos o tres pasos antes de que nosotros abriéramos fuego. Vacié el cargador sobre él, desde los muslos hasta el cuello. Siguió corriendo completamente tieso un poco más. Las balas seguían cebándose en él impidiendo que cayera, como cuando tiras a un plato y el plato sigue rodando”. Pertrechado con un fusil WeaaI Herby de alta velocidad, otro policía que estaba apostado en el tejado del Banco de Nueva Orleans recordaría: “El tipo salió y se dio media vuelta para disparar. Entonces disparé yo. Le di en el trasero. Él avanzó dando tumbos y soltó el fusil. Luego otros tipos con armas potentes, calibre .375 y .458, abrieron fuego. Uno de los proyectiles le dio en la pierna y se la arrancó de cuajo”.

Mientras tanto, el cadáver de Mark Essex yacía retorcido en el tejado. Tenía una pierna prácticamente amputada. El torso era una pulpa aplastada. Su rostro había volado. Pero el puño izquierdo seguía bien cerrado. Los funcionarios del Instituto Forense contaron al menos doscientos agujeros de bala en su cuerpo y certificaron que la vesícula era el único órgano que no había sido destruido por arma de fuego. Lo único que tenía en los bolsillos eran dos balas y un petardo.

El cadáver destrozado de Mark Essex



Tras su muerte, muchos grupos de negros radicales tomaron su nombre y su ejemplo para legitimar su lucha. Su familia, amigos y vecinos no pudieron nunca comprender cómo aquel chico dulce y amable, que sólo quería vivir en paz, terminó convertido en un ejército de un solo hombre, enfrentándose simultáneamente y con éxito a la Policía, el FBI y el Ejército.






Filmografia






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